lunes, 10 de mayo de 2010

Mi aventura de ser maestro

Soy de formación normalista, ingresé a la docencia por tradición familiar, mis padres, tías maternas y abuelos maternos eran profesores federales o estatales. Desde siempre he tenido facilidad para aprender y por ello no faltaban los compañeros que me pedían les explicara los temas que no lograban aprender, mi truco era revisar mi propio proceso de aprendizaje encontrar los significantes y rutinas exitosas, para poder transmitirlo a los demás, la metacognición es un proceso constante en mi vida diaria.

La vocación por la enseñanza estaba latente en mis primeros años de formación normalista, pero se reafirma al trabajar cotidianamente en el aula. Mi compromiso con el futuro de mis estudiantes es total, no me permito defraudarlos o darles menos de lo que les puedo ofrecer, actualizarme y revisar mi práctica docente para reorientarla a las necesidades cambiantes es parte de la tarea de ser docente. A pesar de las oportunidades no me imagino en un puesto administrativo, me apasiona el reto de enseñar (ahora enseñar a aprender) que impone un grupo de estudiantes, siento que la trascendencia de mi tarea es la de contribuir en su formación, ser parte de su presente, de su futuro y con los años, de su pasado.

Como docente he trabajado con estudiantes de diferentes edades, niños de secundaria, jóvenes de preparatoria y educación superior, adultos en procesos de actualización, enfermeras, diseñadores industriales, arquitectos, diseñadores gráficos, ingenieros y profesores universitarios y normalistas. Cada grupo de edad tiene sus particularidades y necesidades, e implican diferentes retos. En particular los estudiantes del nivel medio superior con los que actualmente trabajo pertenecen a un área rural, la ventaja es que son tan moldeables como los niños de secundaria, la desventaja es que no reportan la madurez de un estudiante de preparatoria de la ciudad, no asumen compromiso y responsabilidad por su actuar ético o por su propia formación. Son niños grandotes.

Los jóvenes de nivel medio superior están en el proceso de definición de sus trayectorias de vida, es una etapa de transición en la que la escuela y los docentes somos una pieza clave, ya que después de su familia somos su ámbito de desarrollo más cercano, de lo que logremos motivar o sembrar en ellos dependerá su futuro. Nuestra labor docente trasciende el aula, se prolonga en la detonación del desarrollo social, cultural y económico de la localidad donde trabajamos.

La labor docente es una profesión de grandes sacrificios, social y económicamente somos poco reconocidos, frecuentemente también nos encontramos con la incomprensión de los propios alumnos, que sólo al paso de los años reconsideran lo que hicimos por y con ellos, las satisfacciones externas son pocas, pero internamente nada se compara con el gusto que da ver una cara iluminada del estudiante que “aprendió, comprendió o significó” algo, es un momento fugaz pero existe.

Los momentos de insatisfacción abundan, van desde las diferencias o conflictos con los directivos, pasan por el resentimiento o desmotivación por el arduo trabajo no reconocido, hasta el sentimiento de frustración frente a estudiantes indolentes a los que no logramos impactar y transformar. Si bien éstos son algunos de los elementos a partir de los cuales el docente puede entrar en una fase de estatismo o crisis vocacional que lo lleven a la consolidación de zonas de confort, que por equilibrio emocional o laboral lo lleven a prácticas docentes repetitivas a lo largo de los años, sin evolucionar o transformarse con los cambios constantes, bien pueden ser pensados como una oportunidad de reflexionar en el Ser-docente y el Hacer-docente a fin de irse adaptando a los cambios y convertirnos en un agente que los provoca y direcciona, no sólo que los sufre.

La crisis y la incertidumbre provocan la búsqueda de respuestas, la reflexión constante; la insatisfacción debe tornarse en acción transformadora: si nuestra práctica docente no es la que queremos, mejorémosla, si el contexto en el que nos desarrollamos no nos valora, asumamos el compromiso de mejorar por “nosotros y los estudiantes” con los que trabajamos, tarde o temprano nuestro esfuerzo será comprendido.

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